Sir Vival 1958
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El Sir Vival de 1958, cuando la obsesión por la seguridad se convierte en delirio

Si ustedes cogen el concepto de fabricar un coche seguro, o mejor dicho, el coche más seguro del mundo, estoy convencido de que no logran destrozarlo hasta el punto que lo consiguió Walter C. Jerome. Y todo jugando con la palabra survival (supervivencia) y el tratamiento de señor en inglés. Un delirio.

Todos y cada uno de los fallos posibles se dieron en un solo proyecto. Porque en Walter C. Jerome, un ingeniero americano, fraguó la idea de que los constructores de automóviles se preocupaban excesivamente poco de la seguridad de sus ocupantes y decidió ponerse manos a la obra para resolver esta cuestión. El Sir Vival de 1958 fue el resultado.

Nuestro amigo Walter era lo que se llama un cenizo de tomo y lomo en sus planteamientos: “Todo automóvil hiere al menos a una persona antes de ser desguazado”, “Uno de cada cien coches será reconocido como asesino”, o la mejor de todas las afirmaciones, “Uno de cada tres americanos será golpeado en la cabeza antes de cumplir la edad de graduación universitaria”. ¿Algún dato más que nos pueda aportar, Sr. Jerome, para hundirnos un poco más en la miseria? El tipo era la esencia de la depresión.

Sir Vival 1958
El aspecto del Sir Vival es, como poco, peculiar.

Como estrategia de márquetin ya era suficientemente errada, pero no debió tener a nadie a su lado que se lo advirtiese. Yo le hubiera dicho: ¿pero se ha fijado cual es su producto?, ¿le parece que conectar coches con peligro es una buena fórmula para vender… ¡coches!?, ¿qué es lo que no ha entendido usted del concepto de ventaja competitiva?

PERGEÑANDO EL SIR VIVAL

Así que, sobre la base de un Hudson de 1948 que adquirió en un concesionario de Bellingham, Massachusetts, inició el desarrollo de su Salvavidas particular. En realidad, el coche tenía un montón de innovaciones, como cinturones de seguridad o una jaula antivuelco. También introducía como novedad unas protecciones antichoque laterales de goma muy similares a las de un coche de choque de los que se ven en las ferias, así como puertas de acceso deslizantes, que debían ser tenidas por más seguras.

Walter C. Jerome posa orgulloso junto a su obra. Las intenciones fueron mejores que el resultado final.

Hasta este punto, más allá de la discusión sobre si las puertas deslizantes son más o menos seguras, el concepto se podía decir que iba bien. Sin embargo, de inmediato empezó a corromperse y surgió la absurda ocurrencia de separar el habitáculo del motor, mediante un eje vertical, que hacía que el morro girara por su cuenta. Se suponía que esto tenía la virtud de absorber la energía cinética de esos estadísticos impactos de los que nos hablaba Walter C. Jerome. De nuevo le habría hecho una recomendación personal: revise sus conocimientos de ingeniería, por favor, antes de continuar proponiendo soluciones.

UNA TORRE PARA EL CONDUCTOR

Donde pierde definitivamente el norte es cuando se le ocurre situar al conductor en posición elevada, con su propia torre de visión de 360º y cuyo cristal, además, giraba cada cierto tiempo, para evitar la suciedad. Les hablo en serio. Vean en las fotos esa pecera sobreelevada en la que va la cabeza del que guía el trasto.

Pensar que en esa posición el conductor iría más seguro es un delirio.

La teoría decía que así se evitaban las distracciones de los pasajeros al que conducía (¿?) y mejoraba su atención a la carretera. Este es el punto en el que ya hay que empezar a plantearse si el Sr. Jerome estaba del todo en sus cabales.

O sea, ¿que el conductor iba en una especie de burbuja donde, al más mínimo impacto, su cabeza golpearía sin posibilidad de evitarlo contra una superficie de cristal que reventaría, quiero imaginar, al momento? Para mayor pifia, esa cúpula, y no encuentro la manera de justificarlo, quedaba fuera de esa tan cacareada jaula antivuelco.

Por si esto no fuera suficientemente peligroso, toda la relojería del coche, incluidos velocímetro, aforador, reloj de temperatura y demás elementos que entiendo inútiles para su creador; quedaban en la parte baja del coche. De esta forma, al conductor le era imposible consultarlos, salvo que abandonara esa posición vigilante de la carretera y se adentrara en el proceloso submundo del habitáculo inferior. ¿Cómo vamos de gasolina? Esa consulta implica que debo desatender el volante durante unos veinte o treinta segundos. ¡Muy seguro, sí señor!

Imagen del folleto de presentación para la World’s Fair de 1964.

En pleno delirio febril de éxtasis de seguridad, se añadieron un tercer faro central elevado, dos luces de posición en los laterales y una bocana para la entrada de aire a la carlinga del conductor, visto que, sin esto último, simplemente se asfixiaba en los días de calor.

PUBLICIDAD DELIRANTE

Donde todo esto ya roza el esperpento es cuando en la publicidad se menciona que “…se puede mezclar la seguridad con la belleza…” ¡¿De qué belleza están hablando, por Dios?!, ¿a quién quieren engañar? El originario Hudson Commodore de 1948 ya no era un dechado de acierto en el diseño, pero es que vean las fotos que les adjuntamos de esa supuesta belleza que nos quieren vender y juzguen por ustedes mismos.

Yo me pongo en la piel de ese ejecutivo de éxito en Boston subiendo en una soleada mañana de 1959 a su… adefesio y girando en la esquina del final de su calle con el coche partido por la mitad, mientras él observa atento desde su atalaya de cristal el más mínimo detalle de lo que sucede a su alrededor. Vamos, que no, que yo no soy capaz de imaginármelo.

Les doy un dato: un Cadillac 62 costaba en 1958 unos 5.000 dólares y era un coche de categoría, admirado y deseado por todos los americanos. Nuestro Sir Vival costaba poco más del doble (¡del doble!), unos 10.000 dólares y no le iba a gustar ni al dueño. ¿Cuál se comprarían ustedes?

CRÓNICA DE UN FRACASO ANUNCIADO

No hubo ferias, ni artículos en la prensa, ni publicidad pagada, ni cualquier otro medio de promoción. Todo fue inútil y no se vendió ni uno. El prototipo se quedó en único y a los potenciales clientes debemos agradecérselo. ¡Bien hecho! Pero ojo, que el coche aún existe y hay quien habla de devolverlo a la vida…

Miren, un coche suele ir cogiendo cierto encanto con el paso de los años, que, si además es un coche raro, lo convierten muchas veces en icónico; pero, cuando menos, despierta cierta simpatía en quien lo ve. Bueno, pues éste no es el caso del que nos ocupa aquí. Hoy puede seguir siendo considerado tan feo como lo era en los años cincuenta. Probablemente el coche más feo de la historia.

Y encima, ¿a quién se le ocurre llamarlo Sir Vival? Lo podían haber llamado “Des Atino” y hubiese sido igual de acertado. Una idea primigenia que puede que tuviese un buen fondo originalmente y que va degenerando hasta llegar al paroxismo de lo que les presentamos.

VÍDEO: EL SIR VIVAL EN LA ACTUALIDAD

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Escrito por Jaime Queralt-Lortzing Beckmann

La voz inglesa freaky la hemos trasladado al español como friqui y creo que define bastante acertadamente mi desmedida afición por esos clásicos que, por una razón u otra, puedan ser considerados raros, como series de unidades limitadas, con soluciones tecnológicas excéntricas o esos prototipos desconocidos. Empecé organizando, junto con un grupo de entusiastas, el campeonato TRECE de regularidad para clásicos y tengo el placer de formar parte del equipo que fundó la extinta revista Coches Clásicos, en la que hemos tenido la ocasión de escribir desde hace dieciocho años. Sigo considerándome piloto de rallies y trato de preservar una pequeña colección de esas rarezas.

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