Durante la década de los años cincuenta, el mundo experimentó una auténtica revolución técnica en cuanto a avances en la aviación, con la aparición del primer avión de pasajeros con motor de turbina en 1949, que acortó las distancias entre destinos y cambió la manera de viajar para siempre.
Con el fantasma de la II Guerra Mundial aún presente en el pasado más reciente, lo más lógico en aquel momento era tener una visión optimista del futuro. La “Jet Age” solo podía haber existido en esa época, y las novedades estéticas y tecnológicas presentes en los aviones más punteros influyeron en el diseño de cosas de todo tipo, pero en los automóviles tuvo especial importancia.
Aunque parezca sorprendente, los propios motores de turbinas equipados en las aeronaves llegaron a montarse en coches, y lo hicieron muy pronto. La casa británica Rover presentó el Jet 1 en 1950, convirtiéndose en el primer automóvil impulsado por una turbina de gas, logrando alcanzar una velocidad de 241,4 kilómetros por hora en 1952.
Los americanos de Chrysler ya trabajaban desde los años 30 en su propio programa de turbinas, pero no sería hasta la década de los 50 que comenzarían a implementarlas en vehículos en forma de prototipo y llegaron a montarlos, de forma experimental, en algunos de sus modelos de producción.
CHRYSLER TURBINE, UN BANCO DE PRUEBAS ICÓNICO
En 1963 Chrysler presenta al público el Turbine, uno de los últimos ejemplos del retrofuturismo americano de mitad de siglo aplicados al automóvil, con un diseño de dos puertas elaborado por Elwood Engel en colaboración con Ghia.
Bajó el capó se encontraba el motor de turbina de cuarta generación de Chrysler llamado A-831. Esta mecánica producía 130 CV, una cifra que parece escasa, pero desarrollaba un par de 576 newtons por metro, tenía un ralentí entre 18.000 y 22.000 revoluciones por minuto y su límite estaba en 60.000. La velocidad máxima era de 200 kilómetros por hora.
En total se produjeron 55 unidades que pudieron ser probadas por el público durante unos meses en un programa de Chrysler que buscaba saber la opinión de los usuarios sobre estos coches. La experiencia fue mayoritariamente satisfactoria, y aunque el motor tenía un mantenimiento aparentemente más sencillo (no necesitaba anticongelante y solo contaba con una bujía) la cara fabricación de las turbinas hizo que no llegasen a producirse en serie.
UNA VISITA A MADRID GRACIAS A BARREIROS
Hasta entonces Chrysler era considerada en Estados Unidos como la compañía que contaba con los mejores ingenieros del país. Para mostrar al resto del mundo los logros de este fabricante se decidió hacer una gira en la que el Turbine visitaría diversos países como un gran acto publicitario.
Algunas de las anécdotas más famosas del coche ocurrieron durante sus visitas a Francia y México donde el coche funcionó con Chanel número 5 y tequila respectivamente, y es que el Turbine podía funcionar con combustibles como queroseno, gasoil, gasolina o diversos aceites.
Una de las paradas del Turbine fue Madrid, promovido por la entonces reciente alianza comercial entre Barreiros y Chrysler. Este evento, casi desconocido en la actualidad, no podía pasar desapercibido y las cámaras del NODO filmaron la llegada del coche a la capital y su paso por El Pardo. Como curiosidad, en el vídeo se puede ver que el avión de carga es propulsado por hélices, mientras que el coche en su interior cuenta con una turbina.
Se desconocen más detalles de esta curiosa visita de uno de los coches más futuristas de su época a España, y se podría pensar que probaron a echarle gaseosa en el depósito o, que al menos por un día, un 600 pudo ser adelantado por un Chrysler con motor de avión.
Fotografías: Chrysler